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El amor de un Dios soberano

de Jonathan Duttweiler


A través de los últimos trescientos años de historia cristiana, ha habido un debate acalorado referente a cómo la noción del libre albedrío humano puede ser reconciliada con la idea de la soberanía de un Dios omnipotente. Muchos han dicho que si Dios es verdaderamente soberano, entonces todas las cosas están bajo Su influencia, y tiene un efecto causativo en cada acontecimiento. Otros han dicho que mientras Dios es soberano, les ha dado a los humanos la capacidad de la elección moral libre, esto es, libre albedrío, y por tanto, nuestras vidas están bajo nuestro propio control en lo que se refiere a las elecciones morales; es decir, determinamos nuestros propios destinos dentro del marco del diseño de Dios.

Mientras hay razonamiento teológico sensato en ambas partes del argumento, parecería que las suposiciones y presuposiciones básicas de quienes abogan por la soberanía total son, por lo menos en parte, falaces. Primero, vemos una suposición falsa al pensar que porque uno tiene el poder para realizar cierto acto debe por consiguiente utilizar ese poder. Debemos ciertamente admitir que Dios en efecto tiene poder para controlar cada evento y determinar el desenlace de cada situación. Sin embargo, no quiere decir que sea una alternativa deseable o inteligente de la Deidad. Vemos que esta suposición no se confirma en la experiencia o la razón, muchos menos en las escrituras. Tenemos gobernantes terrenales que tienen poderes tremendos sobre los sujetos, y sin embargo no usan ese poder a su potencia máxima. Esto no indica una deficiencia de su parte, sino más bien una preocupación por el bienestar de sus súbditos. Usar el poder meramente porque es posible hacerlo crearía una condición de caos y confusión, sin mencionar una atmósfera de temor y aprehensión.

También, inherente en el argumento de soberanía total, está la implicación de que todo lo que quiere Dios es gente para ocupar espacio y tiempo, para simplemente ser herramientas o instrumentos de "obediencia" (¡un concepto absurdo si Dios ya ha determinado todas sus acciones de antemano!) Esto hace la relación de Dios con Su creación una relación muy impersonal, con falta de verdadero sentimiento o preocupación por la persona --lo que es de preeminencia es el "plan" en vez de la gente. Sin embargo, vemos en el primer capítulo de Génesis que Dios hizo al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Ya que podemos descartar la imagen o semejanza físicas porque sabemos que Dios no posee cuerpo físico, debemos suponer que esto quiere decir una semejanza en términos de espiritualidad o personalidad. Una y otra vez las escrituras enfatizan que el deseo de Dios es tener una relación con Su creación, no meramente para controlarla. Esto no es posible si no hay elección de parte de esa creación.

Vemos que si es el deseo de Dios tener una relación amorosa con la creación que hizo a Su imagen, con la habilidad de pensar, razonar, sentir y elegir según sus deseos, el uso de la fuerza o coerción hacia ese fin es contraproducente para el fin mismo. Ser libremente amado debe permitir la elección libre; uno no puede predeterminar, causar, forzar, o cualquier forma de aplastar la elección libre para obtener ese amor. ¡El libre amor debe ser libre! En el asunto de la elección, vemos en vez de Dios predeterminando ciertos indviduos para el cielo, y otros para condenación, Él está con amor tratando de atraer a todos para Él mismo. Dios en su infinita sabiduría ha determinado la mejor manera de ganarnos para Él, no por fuerza a través del uso de Su poder soberano, sino a través del amor. Innumerables veces hemos demostrado para nosotros en la escritura la gran compasión de Dios por Su pueblo, yendo en pos de ellos, siguiéndolos como un amante que intenta ganarse a su amada. Vemos la expresión máxima de esto en Jesucristo, Dios mismo encarnado, para ganar el corazón del hombre, no através de fuerza o poder, sino a través de Su amor inigualable. El versículo en 1 Juan 4:19 resume la intención de Dios y el resultado de su plan: "Nosotros le amamos, porque él nos amó primero". Amamos, no meramente servimos, no meramente pertenecemos, no meramente obdecemos y somos serviles, sino amamos a Dios. Esto ha sido Su meta para nuestras vidas desde el principio de su revelación: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente".

El concepto de un Dios Todopoderoso que usa Su poder para coercer y forzar a la gente que Él ha escogido para servirle a Él ha alejado a muchos del amor de Cristo. Yo creo que esta opinión trae deshonra a Su nombre en vez de glorificarlo. La gente rechaza a Dios quien es visto como gobernante arbitrario de sus vidas. En vez de humildemente inclinarse ante un Dios recto que los ama tanto que se sustituyó Él mismo por el castigo de sus pecados merecidos para que pudieran amarle a Él, rechazan a un Dios frío, insensible, que ya ha determinado todo de antemano. Dios no desea robots, y la gente no tiene deseos de ser robots. Dios nos desea para amarlo a Él, y nos ha equipado para que podamos escoger por nosotros mismos lo que haremos. Con Josué, Dios habla a nuestros corazones "escogeos hoy a quién sirváis".